El Bikram Yoga cambió mi vida. Ahora dedico mi vida a compartir los beneficios del Bikram Yoga con el resto del mundo. Entra, relájate y… ¡disfruta!
Hace unos años acuñé mi propio eslogan «siento, luego existo» porque creo que lo que nos hace estar vivos es sentir, no pensar. Y he descubierto que esto alcanza su máxima expresión cuando practicas Bikram Yoga, pues tienes que tratar de no pensar en nada y concentrarte en el presente, en lo que vives en cada momento. Por eso lo que sientes pasa a ocuparlo todo, se adueña de ti durante toda la clase. Y es que una clase de Bikram Yoga supone un cúmulo de sensaciones de todo tipo, que van variando durante los noventa minutos y también a lo largo de los años de práctica. Siempre me ha gustado más escribir sobre lo que siento que sobre lo que pienso, así que voy a tratar de describir aquí todas estas sensaciones.
Cuando comienza la clase me siento siempre un poco ansioso, trato de relajarme para afrontar serenamente los noventa minutos que me esperan y que (sin duda) serán duros. Con el primer ejercicio de respiración intento mantener la mente presente y no dispersarme, para entrar de lleno en la clase y romper a sudar cuanto antes. Con las primeras posturas de calentamiento siento cómo mi cuerpo comienza a despertarse y a ponerse en marcha para la clase. Concretamente es con padahastasana, la postura de manos a pies, con la que tomo conciencia de mi cuerpo y de mi estado al comenzar la práctica. Sobre todo cuando practico por la mañana: en este momento me siento muy rígido y me duele todo el cuerpo.
Con la primera pausa para beber agua, tras la postura del águila, llega el primer respiro. Por una parte me siento bien, porque ya he calentado y puedo refrescarme. Por otra parte me siento un poco ansioso de nuevo, pues se avecinan las posturas de equilibrio que son sin duda las más desafiantes de la serie. Recuerdo que, cuando empecé a practicar, este era unos de mis momentos más odiados y aquí odiaba todo, desde el calor hasta el profesor. Ahora es diferente: he conseguido dominar mi cuerpo y mi mente, y he mejorado considerablemente mis posturas. Incluso he conseguido algo que creía imposible: tocar con mi frente la rodilla estando de pie, después de tres años de práctica. De repente, me siento satisfecho y orgulloso.
Llegan posturas duras, pero ya consigo disfrutar de ellas. Ya controlo mi respiración y eso es lo más importante para mantener la calma y el equilibrio. Me encantan arco en pie y tuladandasana, la postura del poste en equilibrio. También las siguientes: frente toca suelo con piernas separadas y, sobre todo, triángulo. Sin darme cuenta estamos ya casi en la mitad de la clase, hemos llegado a la postura cumbre de la serie y siento que no se me ha hecho tan duro. Recuerdo lo mal que lo pasaba en los inicios y me da gusto pensar en todo lo que he mejorado y avanzado. Y es que cuando empiezas esto te parece una tortura, pero hoy puedo decir que es cierto que puedes llegar a disfrutar de las clases. Empieza la cuesta abajo.
La postura de frente toca rodilla con piernas separadas era horrible para mí al principio, pero ahora es sólo una postura más. Recuerdo lo mal que lo pasaba porque no podía respirar, sobre todo si tenía algo en el estómago. Y es que esta primera postura de compresión se hace muy difícil cuando has comido de más, y te avisa de lo que ocurrirá en las posturas boca abajo. Después llegan la postura del árbol y padangustasana, que se hacen ligeras ante la inminente llegada de savasana, que es la postura favorita de todos sin excepción. Por fin dos minutos tumbado para descansar, aunque siempre se hacen cortos y necesito más. Por fin me siento relajado y satisfecho, creo que incluso puedo llegar a sonreír.
La primera postura de suelo, pavanamuktasana, es para mí casi una prolongación de la anterior. Me resulta una postura cómoda y relajada, pero eso es ahora. Recuerdo que también en su día fue una tortura para mí… Y luego llega la serie de posturas de la columna vertebral que hacemos boca abajo: cuatro posturas intensas que disfruto porque son cortas y porque me puedo recuperar entre una y otra. La segunda de ellas es otra postura mítica, la de la langosta, que fue también para mí una de las más odiadas al principio. Ahora ya consigo hacerla bastante bien y me cuesta menos, aunque siempre después de hacerla siento latir con fuerza mi corazón. Lo calmo con la respiración, ya veo la luz al final del túnel…
Si al principio la clase se me hacía eterna, desde que la disfruto se me hace incluso corta, ya estamos cerca del final y me siento bien. Llegamos a mi postura favorita: la del camello, es sin duda la que más sensaciones me produce. Cuando la termino me siento como flotando en el limbo, en un curioso estado de bienestar, como si estuviera drogado, necesito un rato para recuperar la normalidad. Y la realidad es dura pues después viene la contrapostura, mi postura más odiada, mi caballo de batalla, la única que no he podido dominar aún, tras casi cuatro años de práctica… En la postura del conejo siento tal angustia que no la puedo soportar y me tengo que salir siempre antes de tiempo, por mucho que me proponga aguantar hasta el final no lo consigo.
Recuerdo que, cuando empecé a practicar, al llegar a la penúltima postura (frente toca rodilla con estiramiento) no sabía ni dónde estaba. Entonces me sentía tan agotado que perdía los papeles, el norte y el control de mi cuerpo. Hoy controlo mi cuerpo y mi mente, así que disfruto de esta postura y sobre todo de la siguiente: es la última, la torsión de la columna, y siento perfectamente cómo mis vértebras crujen y se colocan. Llegan la última flexión abdominal, el último ejercicio de respiración y por fin el savasana final: me tumbo feliz y relajado, satisfecho y orgulloso, lo he conseguido y me siento bien, sin duda mejor que cuando empezó la clase. Es la magia del Bikram Yoga, que me da el máximo bienestar físico y mental. Una sonrisa se dibuja en mis labios, o al menos en mi interior.
Ha sido este un post especial, íntimo y personal, en el que he tratado de resumir las sensaciones que me produce una clase de Bikram Yoga, aunque ya sabes que cada clase es diferente y por tanto también lo que sientes. Tal vez tus sensaciones son iguales, parecidas o completamente distintas, no dudes en compartirlas con todos nosotros en tus comentarios a este post. Muchas gracias de antemano y namasté.
Quiero felicitarte y mandarte todo mi cariño por todo lo que has conseguido.
Si miras hacia atrás, verás tus comienzos y ahí sí que era duro estar esa hora y media perfeccionando día a día cada postura, así que te felicito por esa determinación, ese espíritu de superación, ese deseo de llegar a la perfección.
Besos.
Gracias Perlita, es cierto que al mirar atrás veo lo que he avanzado. No deseo llegar a la perfección, solo quiero seguir mejorando poco a poco cada día… Es cierto que tengo determinación y espíritu de superación, gracias al Bikram Yoga!!! Besos
Qué relato tan verdadero !! es verdad que en una clase vas pasando por distintos momentos , unos mejores y otros más duros . Yo también recuerdo el principio cuando salía del centro hecha polvo . Ahora ya no me canso ….bueno sí…. pero muchisimo menos !!
¡Muchas gracias por comentar, Viki! Gracias por compartir tus sensaciones… Menos mal que cada vez nos cuesta menos y disfrutamos más ¿verdad?
Me has logrado sacar sonrisas tu post, me sentí bastante identificada. Agradable lectura. Te seguiré.
Gracias Carolina, me alegra que te haya gustado mi post y que sigas mi blog, a ver si consigo sacar tiempo para publicar…